lunes, 27 de julio de 2009

1822 de Rojo y Amarillo


Leonardo asienta su codo sobre la banca, se manda su diestra a la mejilla y se prepara para contestar la primera pregunta del examen de final.

1.- ¿En qué año la Real Audiencia de Quito se anexó definitivamente como colonia ante España? Y narre brevemente los acontecimientos.

Respuesta: Un equilibrio perfecto se establecería en este verdadero nuevo orden Americano que…

—Joder, pero que prueba para más problemático, si te ponen dos preguntas en una. —pensó.

Leonardo termina de contestar el resto de las preguntas y entrega el examen al instructor.

—Oye chaval, no habéis puesto ni tu nombre ni la fecha. ¿Qué acaso eres hijo del barbero? ¿En qué tiempo vives? Cuidadín con eso nomás te digo. —le señaló el instructor.

Leonardo Alonso Cortés Paez
Viernes 16 de Enero del 2003
Santiago de Guayaquil - España

Sale del instituto camina hasta la avenida principal, da vuelta en una calle y baja la escalinata que lo lleva hasta la estación del metro subterráneo. Saca unos pocos Euros para pagar el pasaje y se hace lugar de entre toda esa gente para aguardar el metro. Para matar el aburrimiento agarra uno de los periódicos de la estantería de la estación y se dispone a sólo leer los titulares.


El País

“Corrida Imperial Matutina”

Todo listo para recibir a los herederos al trono a la corrida de toros en el estadio Olímpico de Torres.


“Oleada desnuda”


Nuevas manifestaciones de correteadores sin ropas asechan la ciudad.


“La ley es para todos”



Los Reyes dictan nuevas estatutos para las colonias de América del Sur.



—¡Caray! pero que loco está el mundo en estos días. Uno ya no sabe que es lo que va a pasar de aquí a mañana. –dijo Leonardo casi en voz alta.

Luego de mirar a los lados con una sonrisa como para esperar una contestación u opinión de alguien cierra muy avergonzado el periódico y lo tira a la basura, al segundo llega el metro y todos presurosos tras de él forman una fila para entrar ordenadamente y sin empujar.

Parado y bien agarrado de la sujetadora que cuelga de las barras en el techo de el metro se preguntaba Leonardo si la vida tenía que ser así de aburrida. Nadie se habla mucho, las conversaciones parecen remotas, todos leen el periódico, no se ven caras sólo páginas. Salir a dar un paseo no es para nada una aventura. Se supone que esta es el verdadero estilo de vida, tranquilidad y cero preocupaciones.

Se detiene el metro.

—Esta es mi parada.

Leonardo sube la escalinata de la calle Triunfo para ver como un edificio entero se desplomaba frente a él. Y todavía parado en el mismo sitio con la boca abierta y sin saber como reaccionar o que hacer escuchaba estallidos que venían de todos lados del centro de la ciudad. Ve a un par de mujeres desnudas correteando por las calles buscando refugio, y por imitación las sigue rápidamente. Ya iban corriendo cuatro cuadras y Leonardo detrás de ellas sin más que hacer sólo observar la carnosidad gelatinosa que tenía frente a él. Otra nueva explosión y dos automóviles salen disparados por los cielos, Leonardo se detiene y las muchachas siguen corriendo y gritando, avanzaron media cuadra más cuando uno de los autos les cae encima suprimiendo su existencia y ejercicio de protesta para siempre.

Leonardo se esconde detrás de uno de los autos, jadea y jadea, no puede contener la sudoración y su cuerpo se empieza sofocar cada vez más y más.

—¡¿Serán los terroristas?! Sí, ellos, qué otra cosa puede ser.

Se detienen las explosiones, se oyen unos que otros gritos a la distancia que se pasman con calma, y ahora todo se vuelve silencio acompañado de las alarmas de los automóviles que no paran de sonar.

—¿Pero por qué atacan ahora? No entiendo.

Asustado y encuclillado, tratando de respirar profundamente. Cierra los ojos y lanza un suspiro, a su espalda Leonardo escucha un ruido de arma y gira la cabeza muy despacio.

Era una mujer la que lo apuntaba, una bella mujer de cabello rojo brasa. Ella tenía una banda alrededor de su frente, lo que la delataba como uno de los integrantes de la rebelión.

—Oye pelado trépate al furgón que está ahí, si intentas hacer te el héroe te puedes ir despidiendo de tu vida. —ordenó la desconocida.

—¡Sí Señora!

—¡Señorita!—refutó

Leonardo corre sin ver hacia atrás, se embarca en el furgón y éste parte enseguida. Apenas logra acomodarse cuando recibe un golpe en la nuca, toda imagen se borra.


Se vio atado de pies a cabeza cuando recuperó el conocimiento. Antes de intentar articular cualquier palabra se libra de la mordaza y pide a gritos que lo liberen de su obscurecido encerramiento.

—¡Oigan, malditos gilipollas! ¡Déjenme de ahí! ¡Abran esta puerta!

De entre tanto zapateo de abre la puerta muy forzosamente y Leonardo sale descontroladamente del armario en el que se encontraba atrapado. Con la poca movilidad que tenía logra arrastrarse como oruga y realizar un rápido reconocimiento de campo. Parecía una simple bodega, mas que unos cuantos papeles, meses, sillas y comida enlatada lo que hacía distintivo el lugar. Asienta la mejilla contra el suelo y escucha una puerta abrirse. La chica se acerca sin prisa hacia Leonardo y lo va desatando a la vez que lo apunta con su pistola. Suelta completamente las amarras y él retrocede a rastras, despavorido.

—Necesito tus piernas—dijo la chica.

—¿Qué tienes pensado hacer conmigo? —dijo Leonardo mientras recogía sus piernas.

—No te las voy a quitar, sólo las tomaré prestadas eso es todo. Vi cómo corrías, eres en verdad rápido. Necesito esa velocidad para que me ayudes a elaborar algo Si te reusas te mato. ¿No te lo dije antes?

—No, pero veo que es agradable escuchar que lo vas a hacer.

—¿Entonces cooperarás?

—¡Ni de loco! ¡Nunca ayudaré a unos terroristas que quieren propagar el terror!

— Te equivocas. Nuestra organización tiene como fin convertir a esta colonia en una nación viable y creíble, crear un gobierno centralizado capaz de coordinar las acciones necesarias para resguardar las fronteras y aglutinar a los distintos pueblos de la América Hispanohablante como garantía de seguridad ante los españoles. Españoles como tú rubiecito.

—¡Tú te equivocas! ¡España ya logró todo eso, ustedes sólo son unos desadaptados que no sabes más que plantar bombas y disparar a las espaldas de otros sólo por diversión! Disfrutan de la tortura y ver sufrir a las personas…

La chica levanta su mano y calla de un puñetazo a Leonardo.

— ¿No te das cuenta idiota? Este país conspira para mantener oculta una verdad, una verdad muy incómoda. ¿Qué no viajas? En los límites con la sierra y la amazonía se trafican personas, indígenas que son considerados para los altos mandos de la España Europea como bueno y obedientes esclavos. Venden a nuestra sangre como animales, esa sangre la llevamos tanto tú como yo. Y los que están detrás de este negocio son los príncipes de la corona, los hijos del rey.
—Hace falta cojones para decir tantas tonterías al mismo tiempo. No te creo nada.

La chica va hacia la mesa, recoge unas hojas y se las lanza a Leonardo.

—Ahí tienes las pruebas, todas son fotos y reportes de nuestras investigaciones en esa área.

Leonardo veía incrédulo.

—No puede ser…Los príncipes…

—Sí, y si te has enterado uno de ellos viene aquí mañana por la tarde a la corrida de toros, el príncipe estará con toda su guardia. Por esa razón te traje aquí, quiero que nos ayudes a matar al príncipe ¿Qué no te lo dije antes?

—¡¿Asesinarlo?! Estás loca. ¡No se puede matar a alguien tan importante y salir así nomás a vista de todo mundo!

—Cierto, pero tengo un plan que me hará invisible gracias a tus piernas. Vale, acércate más y te lo contaré. ¡Ah! Y mi nombre es Ana ¿No te lo dije antes?

El día de la corrida había llegado y con fuegos artificiales y payasos se le daba la bienvenida al príncipe. El Estadio Olímpico de Torres inundaba las localidades con cánticos eternos y risas que hacían mofa al payaso.

Luego del acto del payaso viene la del primer toreador de la tarde: Leonardo.

Vestía el atuendo clásico de torero; lleno de luces por las lentejuelas doradas y plateadas, los bordados de claveles en los muslos, las medias por fuera, la montera o gorro de matador que agarraba muy fuertemente, las zapatillas de baletista, las espadas al costado de su cintura, la capa muy heroicamente al hombro, y una rosa en sus dientes que acompañaba a su postura taurina tan guay, que sacaba a relucir su sex-appeal gracias a su apretada vestimenta.

Se abren las compuertas que enclaustran al toro. En ese momento Leonardo no sabía si correr o llorar. Al toro le dicen “El Bravo”, debe de ser porque no hay comida que este animal no le ponga ají. O quizá por su irreverente presencia encuernada del mal. Postra sus pezuñas en la arcilla del campo y la levanta un poco de polvo a su alrededor. Bastó con unas mugidas y bravías exhalaciones para dispersar la nube. Ahora solo da vueltas impacientes sobre su terreno, sin perder de vista a su toreador que hacía lo imposible para no desmoronarse. “El Bravo” esperaba la señal de su retador. La luz roja que agitaría su éxtasis para arrancar.


Con mano temblorosa Leonardo agita la bandera de su perdición. Y embiste contra él la locomotora infernal.

Ana se coloca en posición con su fusil franco tirador.

—Vamos niñato, necesito esa distracción.—Pensó Ana.

Leonardo corría por su vida, el público no dejaba de abuchearlo. Gracias a sus pies ligeros pudo escaparse de varios intentos de cornadas. “El Bravo” comenzaba a salirse de sus casillas y es en ese momento cuando Leonardo decide abalanzarse sobre la tribuna. “El Bravo” lleno de ira bovina lo sigue también hacia las tribunas, ocasionando un desbarajuste en todos los espectadores gustosos de sangre. El animal no deja de buscar entre la manada a su presa, se detiene, y con un rápido movimiento de ojos busca a Leonardo. Ve unas pocas imágenes difusas de rojo entre el gentío pero no sabe a quien atacar. Se decide por atacar con todos y levantar su cráneo de arriba para abajo como iguana, para así repartir cornadas.

Ana consigue su distracción y el alboroto que necesitaba, dispara, pero le da a uno de los de la guardia real. Ana maldice y se da la señal de alerta máxima ante el ataque. Al no poder conseguir otro tiro certero se logra escabullir. Deja el arma en el suelo y se une a la corriente que intenta salir por una de las salidas de emergencia.

Afuera los esperaba “El Bravo”. Con sus cuernos rojos de sangre y ojos fulminantemente amarillos de furia clavados en una sola persona, en Ana la hermosa mujer de cabello rojo.

1 comentario:

Christian Armijo dijo...

esta bueno el cuento pero el final decae un pococ me gusto cuando lo dejaste hasta la mitad ese era un mejor final